La aldea perdida y la rana curativa
Ana Celeste García Leyva y José Rodrigo Calderón Suárez
Hace muchos años, existió un bosque mágico lleno de especies nunca vistas, se decía que en un mismo árbol podían crecer naranjas y fresas. Este lugar, estaba a más de 20 días a pie desde la población más cercana. Solo unas pocas personas habían logrado llegar al bosque, que pese a ser muy bello, también tenía criaturas muy hostiles y venenosas para las cuales solo se encontraba su antídoto dentro del bosque.
Un sobreviviente un día volvió a su pueblo con una historia fantástica.
— ¡Había de todo! — exclamaba con emoción el hombre — podías escuchar a los árboles cantar tu nombre y como llamándote a adentrarte más en el bosque — después su tono de voz se volvió más serio — llegando al corazón del bosque, ya muy mal herido, observé unos pequeños bultos verdes y dorados, resplandecían tanto como el mismo sol; escuché un ligero croar y me desplomé —. Toda la audiencia se quedó pasmada, esperaban que el viajero continuara su relato; sin embargo, solamente hubo silencio, hasta que se levantó y se despidió. —Diciendo– estoy algo cansado, mañana terminaré mi historia, seguro estoy de que les va a interesar — y se marchó.
Llegó la mañana y de nuevo todos se reunieron para escuchar las asombrosas historias de este hombre que hace un mes lo creían loco y muerto. El público se veía ansioso, pero todos estaban callados, en un momento se rompió el silencio con el sonido del hombre al levantarse y luego dijo— ¡Estaba a nada de morir!, estaba deshidratado y llevaba días sin comer. Desperté luego de pensar que había muerto y me vi rodeado por cientos, ¡no! miles de ranas miniaturas, y sobre mi pecho descansaba una de color muy curioso, brillaba más que cualquier moneda de oro que alguien haya visto — el hombre levantó un poco la manga de su abrigo — casi pierdo mi brazo, estaba muy herido y me causaba un dolor inmenso, mi piel estaba al rojo vivo — sus ojos se iluminaron — Esa pequeña rana me curó. ¡ESTOY SEGURO! Se que puede parecer una locura, pero es la única explicación que encuentro a mi rápida recuperación—. El público estaba escéptico de esta historia más no quisieron ponerlo en duda, a final de cuentas, era un hombre que estuvo perdido durante meses y que ahora estaba sano.
Durante generaciones se escucharon historias acerca de criaturas curativas dentro del bosque, pero hasta el momento no había alguien que hubiera regresado de él. Aún nadie regresaba con una historia acerca de la verdad dentro de ese bosque. Todo eran leyendas y figuraciones, hasta que llegó este hombre. A lo lejos entre la multitud, un pequeño ratón cuyo nombre era Miguel escuchaba tranquila y atentamente.
Miguel se acercó con timidez al viajero.
— Me gustaría visitar esa aldea — dijo con una voz tan diminuta que no pareció escucharlo nadie. Escaló para estar más cerca de su oído.
— ¡ME GUSTARÍA VISITAR ESA ALDEA! — gritó tan fuerte que casi se queda sin voz.
El viajero volteó a su dirección con extrañeza — ¿Quién anda ahí? — preguntó al no ver a nadie.
— ¡Aquí arriba, sobre las cajas! — Miguel esperaba ansioso que el viajero se dirigiera a él.
— ¡Ey, hola amiguito! — exclamó con una sonrisa — te diré la verdad, no estoy muy seguro de cómo llegué, pero sí te diré algo, atravesé una cascada, un río y luego me perdí entre los árboles cantores — se le veía triste, por no poder ayudar más al pequeño ratón — espero puedas encontrar el camino, solo recuerdo que entre los árboles encontré un sendero de flores rojas brillantes, parecían diamantes.
— ¡MUCHAS GRACIAS! — el ratoncito irradiaba felicidad, este sería el momento que Miguel tanto esperó.
Miguel llevaba muchos años enfermo. Tenía una infección desconocida, incluso había perdido una de sus patitas, y usaba una pequeña rama para caminar. Miguel estaba desamparado con su extraña enfermedad, este padecimiento le provocaba que la patita que le quedaba estuviera con un color y olor desagradable, se veía roja y oscura a la vez, ningún medicamento parecía ayudarle; le daban a lo mucho un año de vida, pensaba que nada podría curarlo, pero esta historia hizo que algo volviera a encenderse en él, una chispa, algo que quería hacerlo vivir aun cuando las probabilidades estaban en su contra. Miguel veía sus últimos días cerca, pero ahora tenía una razón para vivirlos en la aventura, que podría salvar su vida, ya no le importaba nada más que encontrar aquella cura, esas curiosas ganas de conocer la rana dorada que podría curar su malestar. Esa misma noche decidió partir, tomó sus cosas, empacó suministros, un poco de medicinas hechas por él y fue en busca de aquella misteriosa aldea de ranas.
Figura 1. El ratón Miguel.
El ratón Miguel emprendió su viaje en busca de la tan aclamada rana dorada, de la que habló el hombre en su relato. Él sabía que no sería nada fácil, y no sólo por el hecho de que no tuviese una pierna, al contrario, el problema era todo aquello que se rumoraba del camino, ya que no todos eran capaces de llegar. Valiente y entusiasmado, comenzó la aventura. Todo parecía tranquilo hasta que se encontró con una enorme cascada. El agua cristalina y la brisa del agua al caer era algo mágico, Miguel tenía que ver la manera de cruzar a través de ella porque era la única manera para seguir el viaje. Tenía que brincar por las piedras, sería casi imposible porque estaban muy separadas, tenía que encontrar otra opción. Buscó y buscó apoyándose de su pequeño cuerpo. Luego de un rato, encontró una caverna detrás de la cascada, parecía demasiado buena para ser verdad, dentro había demasiado ruido, era más que enorme y la habitaban insectos que jamás había visto, afortunadamente eran inofensivos, al menos con él. Un obstáculo menos y un largo camino por delante.
Decidió descansar y comer un poco en una roca, después de una pequeña siesta, era hora de continuar, retomó su camino.
Encontró el río del que el viajero habló, había un problema, estaba lleno de cocodrilos, estaba preocupado, más que antes, tenía que atravesarlos, pensó en una balsa, las corrientes eran tranquilas, y los cocodrilos parecían estar dormidos, así construyó una pequeña balsa para navegar por el río. Esos cocodrilos que tanto terror le causaron a Miguel acababan de despertar, sin embargo, pudo atravesar el lago, porque ¡eran cocodrilos chimuelos! También atravesó el lodo, la lluvia y el frío, hasta que por fin creyó haber llegado al corazón del bosque.
El sol irradiaba una luz hermosa a su alrededor, y por fin lo encontró, el sendero de flores rojas. Estaba tan ansioso de llegar, porque lo que tanto buscaba estaba tan cerca solo tenía que aguantar un poco más.
Finalmente pudo ver el destello y la magia de la rana dorada, era tan pequeña, pero brillaba como el sol, tal como el viajero describió, su piel parecía bañada en oro, y sus ojos resplandecían como dos diamantes. No dudó en acercarse y corrió tan rápido como su cansado cuerpo se lo permitió. Se presentó amablemente, a lo que la Rana preguntó — ¿a qué has venido a visitarme?, nadie lo hace por curiosidad, y mucho menos atraviesa toda la adversidad sólo por venir a ver a esta anciana rana —. Miguel se quedó callado, pensando en qué contestar, hasta que fue directo a lo que él quería y necesitaba —. Por favor, cúrame —su voz se quebraba con cada palabra —, no quiero morir, aún tengo muchas cosas que descubrir, lugares que visitar, me dan un año de vida, pero quiero estar en este bonito lugar por un rato más, aunque sea un poco —. La bondad de la Rana dorada siempre ayuda a aquellos que en verdad lo requieren, colocó sus manos sobre el cuerpo de Miguel. Un gran destello dorado emanó de la piel de la rana. Le pidió a Miguel que cerrara los ojos, y al abrirlos, él mismo no lo podía creer. Su cuerpo dejó de doler, la infección bacteriana se había ido y no se propagaría más, su patita recuperaba su color. Por fin podía ser el de antes. Le agradeció a la rana por haberlo ayudado y le brindó una pequeña ofrenda: una bolsita de semillas, hojas y algunos frutos que había colectado, lo que Miguel pensó que le gustaría a la rana.
Figura 2. La rana dorada.
— ¿Cómo hiciste eso? ¿De verdad eres mágica? — preguntó asombrado Miguel.
— En parte, amiguito, porque las ranas tenemos en nuestro tegumento secreciones que nos protegen de las infecciones bacterianas, parte de estas secreciones son los péptidos antimicrobianos que son magníficos porque atacan a las bacterias y las matan sin que las bacterias se resistan, es por eso que nosotros no nos enfermamos y podemos curar a otros con esto que producimos— ¡Usted es asombrosa! — le dijo Miguel mientras la abrazaba — Espero que muchos más puedan ser curados por usted.
— Cuídate pequeño ratón — se despidió la rana mientras Miguel se alejaba entre los árboles.
Miguel emprendió su viaje para regresar a casa, después de un largo camino, pudo descansar, todos sus amigos se pusieron felices de ver que había logrado cumplir su sueño. Y así el ratón Miguel vive disfrutando de la vida, agradecido con esa rana, a la que nunca podrá pagarle tanta bondad.
Esta historia surgió de una fantasía, pero ahora esa fantasía se ha vuelto realidad porque se han encontrado péptidos antimicrobianos secretados por las ranas que son capaces de curar una infección y evitar la resistencia a los antibióticos (https://biotecmov.ibt.unam.mx/numeros/31/3.html) (figura 3).
El fin.
Figura 3. Adaptación ilustrativa de la portada del número 31 de la revista "Biotecnología en Movimiento": Ranas en la farmacia.
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Acerca de los autores
Los autores son estudiantes egresados del sexto semestre del Colegio de Bachilleres, Plantel 01, Cuernavaca, Morelos. Actualmente Ana Celeste es una estudiante creativa y entusiasta de la carrera de Diseño en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos y José Rodrigo es un estudiante muy enfocado en la carrera de Ingeniería Mecánica en el CEVDA.
Contacto: celestegarcia100506@gmail.com